Comarca Campo de Borja
Seis ciudades definieron el eje aragonés que marca la cordillera Ibérica: Tarazona, Borja, Calatayud, Daroca, Albarracín y Teruel; y Soria, Ágreda, Medinaceli, Molina, Sigüenza y Cuenca fueron las villas y ciudades del lado castellano. Estas localidades tienen una consideración jurídica e histórica destacada. De hecho, sus nombres precedía al resto de villas en las reuniones de Cortes, y tenían derecho a usar pendón, armas propias y sello de cera, entre otros privilegios.
Su identidad radica en varios aspectos: la consideración jurídica, su fisionomía, su dinámica económica, su complejidad social y el referente cultural.
En gran parte de la Europa occidental el título de ciudad se concedía a la sede de un episcopado. Sin embargo, a partir del siglo XIV esta tradición desapareció porque también el monarca tenía la capacidad de otorgar esta categoría por diferentes circunstancias, ya fuese por la restitución del obispado, para atraer pobladores o como gratitud ante un servicio de lealtad. Varias de ellas (Borja entre ellas) recibieron el título honorífico de “ciudad”.
A diferencia de una aldea o una villa, la ciudad quedaba bajo la protección directa del rey, es decir, eran tierras de realengo, y por tanto, francas. Gozaban de una amplia autonomía en su gobierno, si bien con la entronización de los Trastámaras el control del poder por parte de las oligarquías urbanas se vio restringido o incluso renovado. A las concesiones de autogobierno se suman cartas de libertades y privilegios. No obstante, la ciudad debía cumplir con unos requisitos en su aspecto exterior:
- En primer lugar disponía de una muralla, que era el signo visible que delimitaba el espacio protegido, no solo en el plano militar, sino sobre todo en el jurídico. En sus puertas aparecían representados símbolos de protección y de orgullo. Sus dimensiones fueron modestas.
- La población cristiana se organizaba en parroquias mientras que la población judía se circunscribía en la judería intramuros, y los mudéjares en las morerías, generalmente en arrabales inmediatos a la muralla. Su aspecto era suntuoso tanto en el número de campanarios de iglesias y convento como en las fachadas de edificios públicos (hospitales, concejo, etc.) y viviendas de la nobleza y burgueses enriquecidos que rivalizaban en representar una imagen poderosa.
- El tercer aspecto era económico. A diferencia del mundo rural, se configuraron como centros de consumo, de producción artesanal y de distribución. En ellas confluían campesinos, ganaderos que trabajaban fuera de sus murallas pero también artesanos y comerciantes en una variedad de oficios. Respecto a los trabajos que realizaban las mujeres en las ciudades se puede encontrar fuera del ámbito doméstico: tareas vinculadas al cuidado (médicos, parteras y nodrizas), aprovisionamiento de alimentos: carnicerías, panaderías, suministrando agua… En menos escala encontramos tenderos o los que negociaban a gran escala como banqueros o cambistas, en la construcción maestros y peones; en la producción textil: peinados, cardado e hilado de lana, pelairía, bataneras o tundidoras. Elaboración de prendas, además de pintores, piedrapiqueros, argenteros, etc. Y un sinfín que fueron convirtiendo en gremios.
Precisamente por las actividades económicas la ciudad constituía un lugar de oportunidades para todos, que le suma complejidad a la sociedad urbana dando lugar a la distinción de vecinos, ciudadanos, habitantes y habitantes de presente. Además, el ordenamiento jurídico clasificaba a sus habitantes según categorías económicas.
Durante la Baja Edad Media (siglo XIV y XV), la nobleza se aleja de su residencia señorial y se desplaza a los palacios que encarga a las ciudades. Las rivalidades de bandos también se sienten en este escenario. En este panorama tampoco puede faltar el volumen nada desdeñables de eclesiásticos y de marginados socialmente que entre el anonimato buscaban refugio entre la caridad y los hospitales.
Fuente: Guía turística de la Celtiberia de PRAMES