Comarca Campo de Borja
Celtiberia fue una unidad cultural en la época prerromana, país de los celtiberi al decir de sus enemigos romanos. Es, además, uno de los ámbitos patrimoniales más originales, fecundos y a la vez desconocidos del continente. Ningún otro territorio europeo presenta cuatro de las culturas más relevantes en nuestro acerbo civilizador: la celta, romano-cristiana, islámica y hebrea.
Su vocación mestiza se manifiesta ya en una cultura específica y original de este territorio, la celtibérica, resultante de las aculturaciones célticas y de los influjos mediterráneos previamente asimilados por los vecinos iberos.
Los aportes de las tres culturas monoteístas durante el Medievo reeditarán esa misma dinámica de confluencia y a ello también contribuirá su condición de encrucijada territorial entre los reinos cristianos de Castilla, Aragón y Navarra.
A lo largo del siguiente viaje al pasado profundizaremos en uno de los patrimonios más apasionantes y exclusivos del Viejo Continente.
El país de las cuatro culturas
La mítica Celtiberia tiene unos actores, los denominados celtíberos, y un escenario, la Cordillera Ibérica. Iremos descubriendo la importancia de este paisaje y lo que llegó a ofrecer o a interesar a estos pobladores.
Las enormes pulsaciones tectónicas distensivas, con movimiento de componente vertical que compartimentaron las superficies aplanadas, y los intentos ciclos erosivos desde finales del Terciario dieron como resultado un rosario de sierras, mayoritariamente de orientación NO-SE. Entre otras muchas de menor entidad destaca el macizo del Moncayo.
Formas de ambientes fríos.
Las fases frías cuaternarias se manifiestan en la cadena montañosa por la presencia de modelados glaciares y periglaciares. El glaciarismo tuvo una importancia desigual, condicionado por la latitud y la altitud de las sierras, que determinaron las condiciones climáticas.
Reconocemos formas claras de circos glaciares en las sierras de Neila, Demanda, Urbión, Cebollera y Moncayo.
Estas montañas son las de mayor altura y las que presentan mejor orientación a la llegada de los frentes de borrascas atlánticas, por lo que al sur del Moncayo no se registran indicios de acción glaciar. El periglaciarismo se encuentra en las sierras citadas y en las meridionales de mayor altura, manifestándose en formas acumulativas (vertientes, ríos de bloques, suelos ordenados, etc.).
Modelado Fluvial
La cordillera (Celt) Ibérica es el manantial de los principales ríos de la península y de muchos de sus afluentes. Los glacis pueden alcanzar grandes extensiones en los somontanos que dan continuidad a las cuencas exteriores como ocurre en el somontano del Moncayo.
Paisaje vegetal de la Celtiberia: el piso crioromediterráneo
Corresponde a las cumbres de la alta montaña mediterránea que superan los 2100 metros de altitud, hecho que solo se da en el Moncayo, en los Picos de Urbión y las sierras de Cebollera y de San Lorenzo, aunque con escasa extensión territorial.
Las temperaturas son tan bajas (media anual inferior a 4ºC), las heladas tan regulares (hiela todos los meses) y el viento desecante tan intenso, que no puede prosperar el bosque, correspondiendo el paisaje vegetal a pastizales almohadillados y plantas rupícolas en las crestas, asi como cervunales en zonas con suelo profundo. La abundancia de precipitaciones y la naturaleza silícea del sustrato hacen que el suelo sea muy pobre en nutrientes. Se manifiestan fenómenos periglaciares.
En estos pastos prosperan las glamíneas cespitosas como Koeleria crassipes o la endémica Festuca aragonensis.
El Moncayo, la referencia de la Celtiberia
El Moncayo o San Miguel es la montaña más alta de la cordillera Ibérica. Es la divisoria entre los valles del Duero y del Ebro. Es también un mirador de los Pirineos y del Sistema Central. La montaña donde se ubica el encinar sagrado de los celtíberos o que ofrece los minerales que forjaron el hierro del ejército romano.
Fue la frontera histórica entre los reinos de Castilla, Aragón y Navarra. Es la atracción de las miradas de las gentes que viven en un amplio territorio y la inspiración de artistas y escritores.
Ruta Celtíbera por el Moncayo
Mons Chaunus o Cairus, lugar central de la Celtiberia, espacio de confluencia entre varias etnias: arévacos, lusones y belos; lugar donde los celtíberos dan su última batalla contra T. Sempronio Graco en la primera guerra bélica (179 a.C.). Esta ruta es la excusa perfecta para contornear el “Moncayo encanecido por las nieves”.
Pero el Moncayo significa, además, metal fundamentalmente hierro.
En la cara sur del macizo, conocida como cara oculta, esta explotación se revela en las ciudades de Tertakom (Tierga) y Aratikos (Aranda del Moncayo), con cecas de moneda celtibérica y multitud de núcleos menores, todos vinculados a la minería, como el Calvario de Gotor –en la margen izquierda del río Aranda, a las afueras de dicha localidad –y en el Cerro del Calvario de Tabuenca– situado a unos 600 metros en dirección suroeste del pueblo-.
Esta riqueza en las labores del metal se expresa, además, en el conjunto de cascos hispano-calcídicos de Aratis o Araticos, magnífica versión de la tradición mediterránea a la metalistería celtibérica y hoy depositados en el Museo de Zaragoza.
Este paraje fue un lugar fundamental de aprovisionamiento de minerales férricos en la serranía celtibérica y, teniendo en cuenta que estos escasean en la Meseta, el comercio del hierro y la presión sobre la posesión y explotación de las minas debieron de ser claves en la política interna de las ciudades celtíberas.
En este somontano moncaíno también se instalaron las ciudades celtíberas de Bursao (Borja) –en el cerro de la Corona, presidido por los restos del castillo medieval- y Caravis (Magallón).
De la Celtiberia a la Edad Moderna
Durante siglos, y a pesar de la presencia romana, a ambos lados de la cordillera se había desarrollado una misma cultura: la celtibérica, sobre la cual la conquista romana había impuesto una cierta uniformidad, aunque subsistían algunos elementos indígenas. Con la decadencia de Roma la vida urbana quedó muy mermada. Célebres ciudades de antaño como Bilbilis, Bursao, Numancia, Uxama o Valeria, se despoblaron entre los siglos III y V, y solo unas pocas, como Turiaso (Tarazona) sobrevivieron gracias a que mantuvieron su condiciones de sede episcopal.
La presencia visigoda apenas alteró las cosas, salvo en un caso significativo. Hacia el año 570 el reyo Leovigildo fundó una ciudad en el Alto Tajo, a la que llamo Recópolis, sus restos están cerca de la actual Zorita de los Canes, en homenaje a su hijo Recaredo, y mantuvo Tarazona como centro urbano y campamento de invierno para su ejército ante las tribus levantiscas del norte.
Joyas de la literatura semita: textos hebreos y aljamiados
Los hebreos están en la Celtiberia desde época tardoromana, como demuestra la representación de una menorá (candelabro de siete brazos) y unas ramas de olivo en el sello estampado en una cerámica de terra siglata hallada en la villa de los Quiñones, cerca de Borja.
En el año 711 los musulmanes invadieron la península ibérica y en apenas cinco años ocuparon la mayoría del territorio. Fue una conquista pacífica que conllevó una intensa islamización durante los siglos VIII y IX, especialmente con la llegada de algunos contingentes árabes yemeníes (los tuyibíes) y bereberes.
Conforme avanzaba la reconquista las tierras más sureñas de Sigüenza, Atienza y la Alcarria cobraron mayor protagonismo en esta defensa, quedado también importantes restos de esta arquitectura militar musulmana califal y de la taifa toledana.
Los dos hitos conservados de este sistema defensivo del califato y taifa, además de las atalayas circulares, son el “barrio moro” de Ágreda y el castillo de Gormaz (el de mayor superficie de Europa) y uno de los primeros ejemplos donde se documenta el sistema defensivo de puertas en recodo. Datado en 960 es el que más restos conserva del periodo califal, destacando su arco con doble alfil, los tres posibles nichos del mirhrab en el lienzo sureste y sus veinticinco torres.
Entre tanto, la Celtiberia aragonesa estaba integrada de lleno en los dominios de al-Ándalus, en el califato primero y luego en la relevante taifa de Saraqusta, hasta la reconquista cristiana en torno a 1120. En este contexto florecieron destacados centros urbanos, como Qal´at Ayyub, la capital de los Banu Razín (Albarracín), Daruqa, Tasaruna o Buryah (Borja), todos ellos con importantes fortificaciones aun perceptibles.
La antigua Celiberia, reeditada en Al-Andalus como Santabarilla, en su parte sur disfrutó de una notable revitalización económica: se volvieron a poner en cultivo tierras abandonadas desde el Bajo Imperio, se reavivó la vida urbana con fundaciones de ciudades como Daroca, Calatayud u otras que se impulsaron como Sigüenza, Tarazona, Borja o Medinaceli.
La conquista de Zaragoza por los aragoneses en 1118 propició la caída en manos cristianas de toda la comarca del Moncayo, en ambas vertientes.
Encrucijada de las cuatro culturas
En el entorno aragonés del Moncayo, coronando el barrio del Cinto de Tarazona, está Santa María Magdalena, con tres naves y tres ábsides. En Borja hay restos románicos en la iglesia de San Miguel, probablemente ya de los albores del XIII, y en su comarca encontramos los de la ermita de Santa María de la Huerta en Fréscano o la ermita de San Miguel en Talamantes; en Mallén hallamos el cilindro absidial de Santa María de los Ángeles de finales del XII.
Mestizaje Mudéjar
El arte mudéjar es la máxima expresión de una tierra de frontera, de una encrucijada de culturas, donde el mestizaje cristiano, islámico y judío es inevitable. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, el mudéjar es un estilo singular del solar hispano. Significa la continuación del arte hispano-musulmán en las zonas conquistadas por los reinos cristianos en expansión hacia el sur a la vez que asimila las corrientes artísticas europeas del momento.
Tenemos ejemplos de esto en Alberite de San Juan, Ambel (donde se debe sumar el palacio conventual de la Orden del Hospital y la ermita de la Virgen del Rosario, s.XVI.), Magallón (parroquial de San Bartolomé y la arruinada iglesia de Santa María de la Huerta), Borja (Santa María, San Miguel, casa museo Baltasar González y casa de la Estanca).
Celtiberia en la Literatura
La obra epigramática de Marco Valerio Marcial contiene dos poemas que destacan por su enumeración mas o menos descriptiva de los nombres celtíberos: el que dedica a Liciniano, también conocido como “Loa a Hispania”, y el que suele titularse como “Nombres de la patria chica”.
- En el primero de los poemas principia con palabras muy significativas: “Barón que no debe ser olvidado por los pueblos celtíberos” y nombra después a la encumbrada Bílbilis, al Moncayo nevado, al bosque de Botero, etc.
- En el otro epigrama, Marcial vuelve a evocar al Moncayo, a un río Tagus que no sabemos cuál es con exactitud, a Rixama, a Garduas, a los lagos de Turgonte y Turiasa, a Plátea, a la pequeña Tuetonisa, al sagrado encinar de Buradón (quizá Beratón)… “A mí, nacido de celtas e íberos, no me avergüenza poner en mis versos los rudos nombres de mi tierra”, había advertido antes de la enumeración versificada. En la lengua latina, que era el idioma dominante en el mundo, el poeta bilbilitano aludía claramente a nuestra Celtiberia. Y esa alusión, por fortuna, perdura todavía.
En el entorno del Moncayo, corazón de la Celtiberia nos encontramos con un rico patrimonio cuentístico, destacando tempranamente la obra del escritor borjano: Romualdo Nogués, que en sus “Cuentos para gente menuda” ubicó en tierras celtibéricas al “Pelao” de Ibdes y al herrero de Calcena, trasuntos de “Juan el Oso” y “El herrero y el diablo”.
Además, en la Celtiberia aragonesa contamos, ciñéndonos solo a grandes recopilaciones de folklore, con “La tradición oral en el Moncayo”, de Mario Gros y Luis Miguel Bajén, o con la obra de Carolina Ibor: “Músicas y palabras en Valdejalón”.
Celtiberia en los museos
El Museo Provincial de Zaragoza presenta dos singularísimos hitos que lo podrían convertir en uno de los museos más destacados de la Céltica.
En primer lugar encontramos los bronces escritos de Botorrita, encontrados en el yacimiento de Cabezo de las Minas de esa localidad donde se ubicaba la ciudad celtíbera de Contevria Belaisca, constituyen en especial el Bronce I, los textos más extensos en cualquier lengua céltica antigua. Además, de la colección de cascos hispano-calcídicos de Aratikos (Aranda de Moncayo), recuperados después de una larga peripecia de expoliación.
Una cabeza pétrea esculpida (habitual en la simbología celta), la fíbula ecuestre de Los Castellares (Herrera de los Navarros) del siglo III-II a.C. completan, junto a panoplias, monedas y otros materiales arqueológicos. Además de este museo también destaca el Museo de Arqueología de Borja con restos de la certibérica de Borsau.
En septiembre de 1992, tuvo lugar el hallazgo en una finca del término municipal de Agón de una placa original de bronce, de la que formaban parte los fragmentos localizados fue grabada una norma jurídica por la que se regulaba el uso de un canal de riego, denominado Rivus hiberiensis.
Fuente: Guía turística de la Celtiberia de PRAMES